La corte
Hay documentos que prueban que durante el llamado Juicio de los
Veintiuno en la Gran Purga estalinista varios de los condenados tenían la
sentencia de ser fusilados en la misma fecha en la que se registró el inicio
del juicio. Algo parecido sucede en Alicia
en el país de las maravillas, cuando la Reina de Corazones le dice a Alicia
que la sentencia va primero y el juicio después.
Josef K. en la India
En la ganadora del Festival de Venecia 2014 a la mejor película, La corte (dirigida por Chaitanya Tamhane, de apenas 28
años), un hombre es llevado a juicio acusado de “incitación al suicidio”. Un
obrero ha muerto en las cloacas de la ciudad de Mumbai y se presume que se ha
matado allí porque dos días antes escuchó una canción que según los acusadores
fomenta el suicidio. El cantautor sexagenario responsable por la supuesta
incitación, Narayan Kamble (Vira Sathidar) se encuentra en las primeras escenas
de la película en una tarima acompañado de unos músicos cantando sobre la
“cárcel del hombre”, “la era de ceguera” y “la hora de conocer al enemigo”,
como si fuese un predicador callejero, un seudo profeta. En realidad, es solo
un hombre que da clases a unos niños y que imparte algunos talleres, además de
cantar por la calle sobre asuntos no muy populares, donde se lo permitan. No es
el protagonista, sino casi una excusa, una suerte de MacGuffin. A quienes
seguiremos serán a los abogados acusador y defensor, a los juicios y en sus
asuntos personales.
La fiscal (Geetanjali Kulkarni), un personaje que parece lleno de
hastío, quiere llevar a cabo las actividades de su vida como para dejarlas
atrás, como saliendo de ellas, no se sabe para qué, porque no la vemos
disfrutar nada con entusiasmo, ni siquiera las vacaciones con su familia. Trata
entonces todo como un trámite, con desazón, cansancio, aburrimiento, incluyendo
el juicio de Narayan: “que lo condenen de una vez a veinte años”, les dice a
unos colegas en el almuerzo.
Vinay Vora (Vivek Gomber), el defensor, habla inglés e insiste en
que los juicios sean hablados en dicho idioma, atiende a su cliente, vela por su
salud, rebate y presenta pruebas contradiciendo cada argumento disparatado de
la fiscal (como que el acusado es el peligroso dueño de un libro que estaba
prohibido en la India… hace más de un siglo).
El juez (Pradeep Joshi) se comporta también con hartazgo y
desinterés. Mecánicamente despacha juicio tras juicio de manera exprés,
postergándolos una y otra vez. Los planos de este drama hindú fuera de la corte
tienen algo de movimiento, mientras que en ella son estáticos hasta la
incomodidad: los personajes que representan la justicia y el mismo recinto son
también reducidos, invariables, estancados.
La fiscal, casada, con hijos, pertenece a eso que la izquierda
insiste en llamar pueblo. Vora es un
soltero de clase alta, es el más internacional y cosmopolita de todos los
personajes. La fiscal vive en una casa pequeña y pobre donde atiende a su
marido e hijos quienes comen la cena que ella les prepara frente a un televisor
viejo. Vora vive en un apartamento elegante, compra en tiendas gurmé, va a
bares exclusivos, escucha jazz en su carro. No es casual que sea Vora, el occidental, el que abogue por la libertad y la cordura. Un guiño del
director.
Josefs K. y S. en el
país de las maravillas
El comunismo soviético es un nihilismo, por lo tanto se apropia
del ateísmo y confirma su esencia: carece de una respuesta al por qué de las
cosas. Esta carencia lleva a los obnubilados a que el Hombre, la Historia, el
Partido serán la respuesta. El sinsentido que es consecuencia de esa ausencia
se trata de aplacar sin éxito: aparecerá en los gestos, en las maneras, trazará
acciones y determinará sociedades. En las Alicias los juegos de palabras son
síntoma del sinsentido porque la palabra ya no significa, aunque Lewis Carroll insinúe
que lo absurdo dependa de la lógica que se aplique. Así Alicia dirá que “La
cuestión está en si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas
diferentes”, a lo que Humpty Dumpty responde que “la cuestión es saber quién es
el que manda”. No es desconocida la idea que vincula al totalitarismo con que
Dumpty se encuentre sobre un muro.
Las acusaciones y sentencias de las farsas judiciales de Narayan y
los soviéticos tienen en común, guardando las distancias, la evidencia del
sinsentido en las palabras. Acusar usando el lenguaje vaciado de significado,
desvinculando causa y consecuencia lógicas,
es romper con la realidad más obvia, evidente y
sobreentendida. La fiscal y el juez en La corte (y las barajas rojas del país de las maravillas) han
pactado con la nada para llegar un poco antes al autobús que los lleve a casa,
para ver un poco más de televisión, en fin, para seguir llevando una vida de
dejadez en lo más pequeño e íntimo hasta que se componga con una mayoría
similar una sociedad inmadura y egoísta. Abrazar el sinsentido sin optar por la
justicia y la solidaridad aunque el absurdo nunca vaya a ser superado, es no
asumir nuestra condición de seres capaces de hacer el mal, y por tanto
haciéndonos más propensos a llevarlo a cabo. Después de esto solo queda, como dice la Reina de Corazones, que les corten la cabeza.
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