Malle, Louis
El personaje que protagoniza esta película es, cuando menos,
incómodo. Lacombe, Lucien
(Louis
Malle, 1974) es
la historia de un joven adolescente al que la guerra y la ocupación nazi de la
provincia francesa en la que vive con su madre parecen afectarle poco. Se han llevado
a su padre por colaborar con la resistencia, su madre ya ha encontrado a
alguien que le sustituya, y él, pues, trabaja limpiando los pisos de un
hospital. Su inquietante afición por la caza es lo que parece ocuparle las horas. En el hospital mata sin razón un pájaro que cantaba
fuera de la ventana, y se sonríe, y luego en casa sujeta la cabeza de un caballo muerto y parece lamentarlo. Lucien se va dibujando como alguien que no termina de ser una
cosa o la otra, compasivo o cruel, sino el resultado de un tiempo donde la apatía, el desgano y lo
superficial había derrotado cualquier capacidad de discernimiento en una
vergonzosa mayoría. Y con esto
se establece el tono de una película que levantaría polémicas
duras en Francia, ante un público que se rehusó a verse como colaboradores del
III Reich y que buscaron a toda costa el olvido.
El
ausente
Lucien decide que formará parte de la resistencia sin un motivo determinante detrás. Parece estar aburrido y necesitado de atención; el patriotismo o la
moral no tienen nada que ver. Tras ser rechazado por
ser demasiado joven, acaba en una reunión de franceses decadentemente
glamurosos que colaboran con el régimen nazi, donde se embriaga y nombra a algunos maquis,
miembros de la resistencia (en su mayoría españoles), con sencillez superflua,
sin gesto alguno que indique un trazo de culpa ni satisfacción. Como si pudiese
pertenecer a un bando o a otro: da lo mismo. Como si la razón fuese que puede,
como cuando mata al pájaro escenas atrás. Lucien es ahora parte de la policía
alemana (en su mayoría franceses), y testigo de comentarios como “(los alemanes
son) serviciales, puntuales. Si fuésemos como ellos habríamos ganado la
guerra”, de parte de sus coterráneos.
Para enfrentar la actitud de un jovencito como
este, indiferentemente cruel y despiadado y a la vez considerado y generoso,
están los Horn, una familia judía que colabora con la policía francesa a cambio
de protección. Albert, el padre, es un sastre parisino; la abuela, un personaje
muy similar a Lucien pero, digamos, a través del espejo; y France, una joven
adolescente de delicada belleza que toca el piano. No es casual que la joven se
llame así. Lucien “se enamorará” de ella, y ella de él. Sin embargo, como dice
Roger Ebert, parece haber en la relación de este par nada más allá que ilusión
y emoción carnal propia de sus edades, con la pasión, los arrebatos y pataletas
que una unión de esta índole supone.
Lucien es un bully, un muchacho campesino que si bien no es tonto, tampoco es
listo, ni tiene conciencia del momento histórico que corre ni de su lugar en
él, personaje que abunda en nuestros tiempos y tierras, y que molestará constantemente
a los Horn, meneando orgulloso su nueva arma frente a ellos, obligándolos a
beber casi una caja entera de champaña porque le vino en gana, amenazando a
Albert para que le permita llevar a France a una fiesta alemana. Mientras
tanto, France colabora, a veces a gusto, otras no tanto. Pero siempre hay
ignorancia, un no entender realmente en lo que se meten, y en el caso de él, de
no importarle, porque mientras se sienta estúpidamente poderoso con su arma,
intimidando por gusto, porque sí, y mientras tenga a France, parece que lo
demás, incluyendo el peligro en el que se encuentra permanentemente su vida, no
existiese.
El asunto se complica cuando Lucien sabe que
los alemanes se sienten irrespetados por su relación con una judía. Los maquis
han atacado de nuevo y muchos de la policía han muerto: parece que toma forma
la ayuda de la Francia fuera de Francia, y la guerra está por acabar. Lucien
aprovecha entonces sacar a France y su silenciosa abuela de casa y huir con
ellas, para lo cual asesina al compañero alemán que iba con él. Todos estos
actos deplorables, entre ellos ser testigo de las atrocidades de la Gestapo sin
reaccionar, los lleva a cabo este mismo muchacho, el que ayuda a escapar de
Francia a France y a su abuela. Contradiciéndose todo el tiempo, con ingenuidad
y soberbia estupidez, Lucien pasa su breve tiempo entre los hombres como si
estuviese muerto en vida. El destino del personaje es de esperar. Malle lo
señala solo por escrito: sería capturado y asesinado por la resistencia.
El
rescate del olvido
Es curioso lo que parecen querer decir Louis Malle
y el reciente nobel Patrick Modiano, guionistas de esta película. Qué hay
detrás de una generación a la que le llegó la adolescencia y adultez temprana
en medio del horror producido por generaciones anteriores, y qué sucede cuando
los sobrevivientes se enfrentan a sí mismos. Al acabar la guerra ya nadie es
nazi, nadie es franquista, nadie apoyó a Stalin. Una mirada que no condena, muy
propia del cine francés desde la llegada de la Nueva ola, es la que ofrecen
Malle y Modiano sobre el pueblo francés de la ocupación. Una que sin embargo recupera
la memoria descubriendo mucha ignorancia, estupidez y resentimiento detrás de
lo que se quiso hacer ver como valentía y heroísmo. Y resuena entonces la
sentencia de Milan Kundera: “la lucha contra el poder es la lucha de la memoria
contra el olvido”.
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