Las Carminas
Entre las cosas que nos llegan de
la madre patria, además de las sospechas de mal agüero vinculadas a aquella
locura en presente, primera persona del plural de un verbo que podría
convertirse en sustantivo para desgracia de todos, están las buenas comedias
ligeras del pasado Festival de cine español como La vida inesperada (2013, Jorge Torregrosa) o Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013, David Trueba) y, por
fortuna, también la oscuridad amarga, escatológica y matriarcal de la sociedad
española que sigue viviendo el desbarajuste económico con conformismo y mucho
humor negro.
El andaluz Paco León escribe y
dirige Carmina o revienta (2012) y Carmina y amén (2013). El principal en
ambas es sin duda Carmina (interpretada por Carmina Barrios, la madre del
director) alrededor de quien gira la trama, los personajes, la música. Carmina
parece ser la fuerza de gravedad que trae todo a su lugar, y como esta, es
igual de implacable e ineludible. Carmina
o revienta inicia con el robo del local que tiene la cincuentona con El
tirantes, su esposo, la imposibilidad del seguro de pagarles por lo sucedido, y
de cómo van tratando de resolver la falta de dinero. Carmina y amén enfrenta a los personajes con la muerte de un ser
querido y nuevos embrollos económicos. Lo fascinante en ambas cintas es la manera
extraordinaria de Carmina para lograr lo que quieren ella y su familia, de
solucionar inconvenientes. Una fumadora empedernida con temple de acero, que
hace lo que tiene que hacerse para que su hija –veintidós años, una hija de
cuatro, sin estudios y en el paro– y su viejo esposo no se vengan abajo.
“Yo nunca digo mentiras. Lo que
yo digo se vuelve verdad. Y amén”, le dice Carmina a su hija. ¡Cómo la palabra
y Dios con ella están dentro de estos personajes! Lo que dice es. En medio del caos español, europeo,
occidental de estos tiempos, pulsa aún el pensamiento religioso tan caro a los
españoles. Tratando de recuperar ese pensamiento pareciese ser hora de
desconfiar de quien quiere hacerle el bien
a toda esa sociedad. Y es que el motivo de Carmina es la supervivencia de
su familia a costa de sí misma. Decir es
porque así Carmina resuelve los asuntos efectivamente, como si el demagogo no tuviese
aquí nada que hacer. Y amén.
Deslímite
En Carmina o revienta, la hija de Carmina ha chocado el automóvil y
el culpable del choque, un hombre ejecutivo, quiere salirse del embrollo
alegando que la chica no lleva licencia. Carmina resuelve diciendo que ha sido ella
(Carmina) quien iba al volante. “Mi palabra contra la suya”, le dice al hombre,
cambiando así de inmediato los hechos, aplastando una realidad que es ahora
mentira, alzándose con su palabra que es y hace suya. El límite que haya entre
verdad y mentira se desdibuja, se convierte en un deslímite.
Enunciar y dar por hechas
acciones efectivas son asuntos propios de un tipo de poder, de formas de
gobierno ajenas a lo teológico, a lo que la palabra es. Se tuerce el lenguaje,
se vacía. Se enuncia desde la desfachatez –parecería que al igual que Carmina,
pero ella no está mintiendo: no hay desvergüenza–, se obtienen las mismas
reacciones porque quien escucha parece sentirse objeto de una burla y reconoce
el descaro de lo dicho. Las personas detrás de estas maneras pareciesen nombrar
para destruir lo que nombran. La falta de límite. La soberbia.
Carmina no: hace, ejecuta. Es
efectiva. Está consciente del límite aunque esté desdibujado. Lo manipula: lo
corre un poco más cerca o más lejos. Otros en cambio creen que el decir basta, como
cuando se cree que algo es cierto únicamente porque está en televisión o
Internet, práctica ingenua que debió acabarse pronto, en una suerte de arrebato
mágico muy cercano a lo salvaje, de creer porque sí, porque es más fácil que
piense otro porque ya no hay voluntad para pensar. Un estado de ignorancia
profundo e injustificado porque no vivimos tiempos medievales, por más que
radicales como los que recientemente atacaron en Francia se comporten como si
así fuese.
Carmina está en la realidad donde
se sucede. Es parte de la realidad que modifica, sobre la que acciona al
nombrarla. Los meros enunciadores modifican únicamente el lenguaje, ajenos a
toda realidad. Como en el país de las maravillas, ofrecen una galleta para
calmar la sed.
Con interpretaciones magistrales,
mucha cotidianidad y nada de ingenuidad, las Carminas completan la producción española con lo que les sale mejor:
alma y humor negro suficientes. Memorables.
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