#CineCentenarioRevoluciónRusa Del zar a Lenin
El neoyorquino Max Eastman, graduado en la Universidad de Columbia,
se involucró en el socialismo por lo menos por veintiocho años. Viajó en 1922 a
la Unión Soviética poseído por la ideología leninista y se acercó a León
Trotski, con quien estableció una relación cercana que pasaría de la
idealización enfermiza a la desilusión y el rechazo. Eastman permanece en tierra
bolchevique hasta 1924. Sus afectos con la revolución se extienden por unos
cuantos años más, hasta aproximadamente 1937, cuando publica El fin del socialismo en Rusia, escrito
en el cual aún defiende sus tendencias trotskistas, sin embargo, estaba a poco
tiempo de publicar el ensayo Socialismo y
naturaleza humana, donde abandona definitivamente todo vínculo con la
izquierda y se convierte, ya no en aquel crítico del régimen estalinista de los
años veinte, sino en un conservador
anticomunista
alineado con el macartismo.
El documental Del zar a
Lenin (1937, Herman Axelbank) fue escrito por Max Eastman al volver a los
Estados Unidos de su viaje al paraíso soviético, a petición del propio
Axelbank, quien sabía de la cercanía del neoyorquino con Trotski. En dicho
viaje Eastman había sufrido un leve desencanto de sus ideales revolucionarios
al ver de primera mano las maneras de Stalin. El haberse limitado al trotskismo
a esta altura de su vida es la razón por la cual el documental de Axelbank
tiene una marcada tendencia a dejar al Padrecito por fuera –aparece quizás un
par de veces, y es mucho– y a darle el protagonismo que creía se merecía Trotski
en el despliegue de la Revolución de Octubre. El documental deja ver a Lenin un
tanto pasivo, también.
Narrada por el propio Eastman, esta cinta cuenta los sucesos de la
Revolución bolchevique desde poco antes que el zar decidiese entrar a la
Primera Guerra Mundial, hasta la conformación de la URSS y la llegada oficial al poder de
Lenin. Lo más impresionante
es ver todo lo que ha sido
contado por Richard Pipes, Simon Montefiore, Robert Service, E.H. Carr y todos
los etcéteras, en pleno desarrollo: el material, recopilado a lo largo de trece
años, fue tomado con más de cien cámaras por ciudadanos soviéticos, personas
cercanas al zar, soldados alemanes, japoneses, norteamericanos. En orden
cronológico aparecen las últimas imágenes que se les tomaron a los Romanoff,
las filas por pan durante la guerra, las manifestaciones que llevaron a la toma
del Palacio de Invierno, los sóviets, el ejército rojo en batalla, el gobierno
provisional y un desfile de personajes como Mijaíl Kalinin, Alexander Kolchak, Alexander
Kerenski –sus vistas las tomó el norteamericano Man Ray–, miembros de la Duma,
la Checa. Ver suceder estos acontecimientos resulta hipnotizante.
Eastman estuvo a punto de venderle la película
a una distribuidora norteamericana tras el visto bueno de su amigo Charlie
Chaplin. Axelbank miró la negociación con malos ojos: sospechó de las
consecuencias que podría traerle el firmar un contrato con una corporación
gigantesca como Columbia Pictures [¿mayor alcance, más fama, más dinero?] y acusó
a Eastman de quererse robar la película. Años después vendría el estreno en
Nueva York, el seis de marzo de 1937 [¡qué año aquel para los soviéticos!], y
luego de una reseña favorable en el New
York Times, el documental sería, desde luego, boicoteado por el Partido
Comunista: además de acusarlo de ser propaganda trotskista, el politburó
soviético amenazó a los distribuidores con no permitirles mercadear las populares
cintas de Sergei Eisenstein si exhibían Del
zar a Lenin. Hasta allí llegó el éxito del documental.
Eastman había pasado al otro extremo para
encontrarse en el mismo lugar, uno radical, la acera del frente, como si no
hubiese podido evitarlo. Seguiría siendo el mismo, tal vez no poseso como en su
juventud, pero sí un hombre que permaneció en la enfermedad de la ideología,
pues, aunque la confrontase, seguiría siendo ese su referente, su asunto
principal. Del zar a Lenin es un
documento de gran importancia histórica y, como la Revolución, la consecuencia
de la fascinación de un hombre por las ideas utópicas y homicidas de otro, de
las cuales no pudo escapar nunca.
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