#CineCentenarioRevoluciónRusa La última orden
Como tantos otros dramas románticos históricos, la película muda La última orden (1928, Josef von
Sternberg) cuenta la historia de un hombre, el gran duque Sergius Alexander,
antes, durante y después de un evento histórico mayor, la revolución
bolchevique. Doctor Zhivago (1965,
David Lean), La condesa Alexandra
(1937, Jacques Feyder), La esclava del
amor (1976, Nikita Mihalkov), El
cuarenta y uno (1956, Grigory Chukhray), todas cintas donde romeos y
julietas tratan de hacer posible un amor que está condenado al fracaso, ambientadas
en la revolución y posterior guerra civil rusa.
El actor Emil Jannings, famoso por haber interpretado al elegante
portero de El último (1924, F.W.
Murnau) vuelve a interpretar cuatro años después a un hombre de poder en
decadencia. El gran duque Sergius Alexander, primo nada más y nada menos que
del zar, se encuentra en Moscú cuando la revolución está por darse. Para él la
revolución acabará con su amada Rusia, y está obligado a ganar la guerra so
pena de perderlo todo. El gran duque sabe lo que sigue si los revolucionarios
se hacen con el poder. Así, como dicta la norma del género, se enamora de la
hermosa revolucionaria Natalie (Evelyn Brent). El compañero de la causa de
Natalie, Lev Andreyev (William Powell), termina encarcelado por órdenes de
Alexander. La última orden está
contada con una analepsis extensa (un traslado al pasado de unos tres cuartos
de la duración total) donde se muestra lo sucedido en la víspera de la
revolución. Inicia y culmina con el presente de la vida del gran duque, quien
se encuentra en Hollywood trabajando como extra. El director de la película
(una sobre la revolución bolchevique) resulta ser Lev Andreyev, el revolucionario
a quien mandó a apresar. Este le reconoce y solicita para que represente a un
general en batalla. “¡Y así la resaca de una nación torturada ha traído otro
extra más a Hollywood!” reza uno de los intertítulos. Avanzar hasta ganar la
guerra es la orden que da nombre a la película; el gran duque, en su descenso,
no puede sino seguir creyendo que es posible salvar a su Rusia de los
revolucionarios, aunque lo haga en un estudio rodeado de nieve falsa, decorados
de guerra, luces y cámaras.
El guionista de esta cinta tiene una historia similar a la del
gran duque. Lajos Biró, húngaro, escapó de Budapest hasta Viena en 1918, tras
el estallido de la revolución. Terminaría trabajando junto a Alexander Korda en
Londres, no sin antes pasar por Hollywood para venderle un guion al alemán
Ernst Lubitsch. Otros cineastas rusos ya se encontraban en Hollywood, muchos de
ellos trabajando en estudios, pero también otros que abrieron restaurantes y
emplearon a antiguos compañeros del oficio para atender mesas.
Sternberg, en cambio, había llegado de niño a Nueva York desde
Austria. Trabajó conservando rollos de película, y rápidamente alcanzó un lugar
editando en los años veinte. Amigo de Charlie Chaplin y Sergei Eisenstein, se
dice de Sternberg que “descubrió” a Marlene Dietrich con El ángel azul (1930) luego de haberse dado a conocer con La ley del hampa (1927), la primera
película del cine de gánsters. Conoció y admiró a Max Reinhardt, y trabajó con
otro austríaco de gran carácter, Erich von Stroheim. Esta conjunción de
personalidades y maneras de aproximarse a la realización cinematográfica hicieron
del estilo de Sternberg lo más destacado de su obra, y La última orden es un ejemplo. La manera de iluminar, sobre todo a
las mujeres, es preciosista y romántica, pues lo que vale realmente es la
manera en que se fotografía la puesta en escena, sea esta barroca o turbia, y
no las fallas y vacíos que pueda tener el guion. Sucede en La última orden: lo que se narra no es sino un punto de partida, un
boceto, una semilla. Pocas veces se está ante un director que, frente a la
revolución como marco histórico de su película, escoja sacrificar sentido por
belleza.
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