#CineCentenarioRevoluciónRusa Taurus
En Taurus (2001,
Aleksandr Sokurov) el director ruso cuenta los últimos días de la vida de
Vladimir Lenin. La cinta forma parte de la tetralogía del poder de Sokurov: Moloch (1999, sobre Hitler); Taurus; El sol (2005, sobre Hiroito) y Fausto
(2011). El nombre de la película responde a que este personaje nace bajo el
signo de Tauro, el 22 de abril de 1870, y no es casual que Sokurov haya tomado
precisamente ese aspecto del carácter de Lenin para nombrar su película. El
toro indómito simboliza para los griegos el desencadenamiento sin freno de la
violencia.
Es apenas anecdótica: una dacha, probablemente la ubicada en
Gorki, y Lenin, enfermo, casi inválido, decrépito, rodeado de personas que le
ayudan a vestir, comer, leer, y otras que solo parecen husmear, asomándose cada
tanto entre las puertas, a veces tomando algunas fotografías. No sucede mucho
más que eso, salvo quizás la visita de Stalin, a quien Lenin ni siquiera parece
reconocer una vez el encuentro ha concluido (“¿es georgiano?”, pregunta cuando
el invitado ya se ha ido. “Parece georgiano”). Su esposa Krúpskaya y sus
médicos merodean la casa, apenas conversando con él puesto que parece siempre
estar muy débil para que el diálogo se alargue. El drama biográfico sucede
entre esos pequeños momentos de la vida de un hombre enfermo: se pone de pie
con dificultad para ver por la ventana, su esposa le lee, trata de abotonarse
la ropa, le bañan, le cortan las uñas de los pies, le llevan de paseo, se
sienta a beber sopa. Durante la visita, Stalin (a quien nunca se le nombra) le
obsequia un bastón de lujo de parte del Partido, y Lenin le pide veneno para
acabar con su vida. En una de las mejores escenas de la cinta, Lenin pregunta a
Krúpskaya por qué si hay hambrunas ellos viven en una vivienda tan ostentosa. Su
mujer le responde que es expropiada. Ante la aparente confusión del enfermo,
Krúpskaya va al grano: “Robada. Es robada”.
Filmada casi exclusivamente en interiores, los planos están llenos
de sombras, la imagen se ve muchas veces distorsionada, gastada, envejecida.
Tonos de colores sepia, verde y azul tiñen la pantalla entera, oscureciéndola
en ocasiones hasta que se hace difícil distinguir las siluetas. Un blanco
grisáceo helado acompaña con frecuencia las escenas en exteriores. El manejo
del tiempo es también confuso, como lo es la imagen, una elección de estilo que
pareciese responder a la intención de Sokurov de que el espectador se esfuerce,
como Lenin, en tratar de escuchar y de ver lo que está sucediendo a su
alrededor. La mayoría de las veces no sabemos quién entra y sale de la
habitación ni por qué, ni quiénes se asoman, ni si es de día o entrada la
noche.
No se trata entonces de una película que cuente la biografía de
Lenin. Tampoco se trata de una que deje ver la consecuencia de sus acciones: no
se discute más que un par de veces, y de pasada, lo que sucede lejos del
aislamiento en el que se encuentra el líder soviético, por demás, incomunicado
–de manera literal, alguien ha cortado el teléfono–. Y tampoco estamos ante una
cinta que exponga y denuncie los crímenes leninistas. Sokurov pareciese
entonces subvertir la manera convencional de hacer cine biográfico remitiéndose
solo a lo minúsculo de la etapa final en la vida de Lenin, no para humanizarlo
(lo consigue), sino para aplastar la idea de grandeza histórica hegeliana que nutre
el proyecto marxista-leninista.
En la mitología griega Zeus toma la forma de un toro blanco para
raptar a Europa, la hermosa doncella de la armonía. Y lo logra.
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