#CineCentenarioRevoluciónRusa La verdadera historia de la Unión Soviética
A Oksana
La escultura Obrero y koljosiana de Vera Mújina, el hombre y la mujer sujetando el
martillo y la hoz, símbolo mayor de ese atentado terrorista que fuese el
realismo socialista soviético y, como debe ser, logotipo de los estudios
soviéticos Mosfilm, aparece en la presentación y póster del documental letón La verdadera historia de la Unión Soviética (Edvins
Snore, 2008), esta vez rodeada de cadáveres.
Y es que este documental no
pretende ser sino directo, claro, parcial. Nada de pretender objetividades ni
equilibrios, el tema no los puede admitir. Cuando lo hace, queda claro que hay
cinismo y alcahuetería de por medio. Transmitido por History Channel, este
documental poco eco tuvo, por razones que el mismo apunta a responder. ¿Por qué
Europa escoge hacerse la vista gorda con lo que Rusia ha hecho en el siglo XX?
Inicia y prosigue con los nazis a
lo largo de toda la cinta, sin embargo, aclara de inmediato que esta no será
una película sobre el nacionalsocialismo, sino de las víctimas del comunismo
soviético, siempre volviendo para vincularse con las maneras de la Alemania de
Hitler. Lo primero que se cuestiona Snore: por qué jugar con una esvástica es
considerado de mal gusto mientras que los símbolos e íconos comunistas no solo
no lo son, sino que lejos de eso se hacen chistes, se llevan con orgullo.
La cinta está dividida en las
distintas etapas –de Vladimir a Vladimir– de la historia contemporánea de Rusia
para contar en cada una de ellas los muertos a manos de los rojos a través de
sobrevivientes, profesores, historiadores, politólogos, investigadores y
material de archivo. Y empieza: “un nuevo hombre”, el lema del comunismo es
también el del nazismo. Ambos sistemas en su origen están de acuerdo con crear
un hombre nuevo, por lo tanto ninguno de los dos está satisfecho con la naturaleza
humana como es. Ambos tienen la pretensión de descansar sobre bases
científicas, y ambos están en guerra con la naturaleza humana. Un plano
elocuente muestra a un grupo de jóvenes nazis alzando en el aire a un compañero
que, en un corte al estilo del hueso y la nave en 2001 Odisea en el espacio, se transforma en un cadáver que cae
sobre otros en una carreta. El totalitarismo genocida.
Hay cantidad de declaraciones que
resultan tranquilizantes en tanto existen, es decir, en tanto hay quienes las
hacen sin titubeos. George Watson, historiador de la Universidad de Cambridge:
“Los socialistas han defendido los genocidios de los siglos XIX y XX”; Nicolas
Werth, uno de los autores de El libro
negro del comunismo: “En las prisiones de la Unión Soviética eran fusilados
entre uno y varios centenares por noche”; Winston Churchill: “…el despotismo
nazi, esa igualmente odiosa aunque más eficiente forma del despotismo
comunista”; Vladimir Karpov, un militar condecorado por valentía en la Segunda
Guerra Mundial: “un acuerdo secreto se firmó entre la NKVD y la Gestapo de
colaboración”; una profesora e investigadora: “Si un régimen es criminal, lo es
en todos los ámbitos. Incluyendo relaciones internacionales. ¡Esto debe
reconocerse de una vez por todas!”; y una del propio narrador de la cinta: “La
URSS de Stalin y la Alemania de Hitler no solo son Estados que cometieron
crímenes, sino que eran en su esencia Estados criminales (…) para tener un
cargo en el politburó de Stalin, había que ser corresponsable de asesinato.
Para ganar confianza, como en una banda de criminales”. [Mis preferidas, la
primera de un historiador, la segunda cortesía del narrador: “Marx es el
fundador del genocidio político moderno”, y “La izquierda apoyó a Hitler no
porque hubiesen sido engañados. Sabían que Hitler mataría. De hecho, por eso le
apoyaron”].
Esta cinta deja en evidencia la
postura de Stalin y la Unión Soviética con respecto al nazismo. Hacia afuera,
Stalin hacía parecer que la Unión era antifascista, cuando en realidad reunía a
los judíos que se habían creído tal cuento y habían viajado desesperados para
escapar de Hitler, y se los entregaba de regreso a la Gestapo, como ofrenda de
amistad. Stalin además tenía muy clara su estrategia: dejaría que Hitler fuese
el malo. Y entonces aparecería el Ejército rojo como liberador, algo que Snore
aclara es una farsa que continúa hasta hoy con el gobierno de Putin.
Soldados soviéticos aparecen
haciendo el saludo nazi en material de archivo, además de fotografías de
Molotov reunido con Hitler y documentos firmados por oficiales de las SS y,
junto a sus nombres, la firma del violador Lavrenti Beria. Una sección entera
está dedicada a las similitudes entre la propaganda nazi y comunista: carteles
casi idénticos con dibujos de hombres llevando la bandera con la esvástica al
lado de dibujos con un hombre que en lugar de bandera lleva el martillo y la
hoz en su pecho.
Las intenciones de ese despotismo
comunista más eficiente que es la Rusia contemporánea de Putin, y el silencio
de Europa, cierran la cinta. Snore apunta a la alcahuetería de Occidente, y a
la vez establece con mucha claridad que el chantaje de la Rusia de Putin con el
gas que provee a toda Europa es una de las razones por las cuales el continente
no insta a que esta abra investigaciones sobre el genocidio. [Este año del
centenario de la muerte roja, ya Rusia ha anunciado pompas y desfiles para
conmemorar la mentada “victoria” del Ejército rojo en la Segunda Guerra
Mundial. Si alguien niega la majestuosidad de ella, el gobierno de Putin puede
considerarle un criminal: “Delante de nuestros ojos se desarrolla una campaña
para la revisión de los resultados de la Segunda Guerra Mundial y disminuir el
aporte del Ejército rojo en la Gran Victoria. Tenemos que luchar contra todo
intento de falsificar la historia y defender la verdad sobre la guerra” declaró
el villano Bond Vladimir Putin en 2015. Goebbels estaría orgulloso. La
vinculación que el ministro nazi hace entre Lenin y Hitler, prueba el
documental, está en un artículo diminuto del New York Times antes de que iniciase la guerra. Y para la guinda
del postre: en 2009 Medvedev llevó a cabo una conferencia sobre la Historia de
Rusia la cual excluía a todo aquel que estuviese en desacuerdo con una visión
estalinista sobre ella. Entre los pocos invitados internacionales, el
expresidente Rodríguez Zapatero].
El orgullo con el que se
despliegan hoy los íconos comunistas parece ser casi unánime. Lo que La verdadera historia de la Unión Soviética sentencia,
por fin, es que más de veinte millones de seres humanos fueron asesinados por
un sistema ideológico que aún está entre nosotros y que se salió con la suya,
tal como los asesinos corresponsables del genocidio que aún condecoran en Rusia
y que se pasean con orgullo por su país, con la complacencia e incluso
asistencia del socialismo europeo. La pila de cadáveres cubre por completo el
bodrio pétreo real socialista. Nuestras estatuas también: nunca falta la necia
bahorrina que se pregunta para cuándo un documental sobre los daños del
capitalismo. Que Dios nos asista.
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