El resto es silencio
Luego de lo que ha escrito Harold Bloom acerca de la obra de
William Shakespeare no queda nada más por decir. La invención de lo humano, titula su largo trabajo sobre el
dramaturgo inglés. Kenneth Branagh ha hablado sobre la flexibilidad, la
elasticidad de Shakespeare. Orson Welles insta a leerlo, disfrutarlo,
interpretarlo. La cultura entera descansa sobre su obra.
Es curioso
que al adaptar los textos shakespearianos los cineastas tomen
decisiones que parecen ser siempre un acierto por más que estas alejen a la película de los originales. Tal vez
sea cierto eso de que Shakespeare da
para todo.
El universalismo de
Shakespeare
Las adaptaciones al cine y la televisión superan las mil, y han
existido desde por lo menos 1899, como si los entusiastas de la puesta en
escena no hubiesen podido esperar para adaptarlo. Pareciese no haber criterio
que clasifique a los cineastas que se han embarcado en estas transformaciones a
la pantalla: Georges Méliès, Jean-Luc Godard —una adaptación libre de Lear con Woody Allen en el elenco— (Francia); Andrzej Wajda, Roman Polanski (Polonia);
Glauber Rocha —una versión “cinema novo” de Macbeth— (Brasil), Ingmar Bergman, Per
Ahlin (Suecia); Vishal Bhardwaj (India), Akira Kurosawa (Japón), Iván Lipkies,
Cantinflas (México); Grigori Kozintsev, Stanislav Sokolov (Rusia); Aki
Kaurismaki (Finlandia), Franco Zeffirelli, Paolo y Vittorio Taviani —la celebrada
César debe morir, basada en Julio César— (Italia);
Ernst Lubitsch (Alemania), Baz Luhrmann (Australia), Orson Welles, George
Cukor, Woody Allen, D. W. Griffith, J. L. Mankiewicz, Gus Van Sant, Robert
Wise, Joss Whedon —sí: el director de Los vengadores tiene su versión de Mucho ruido y
pocas nueces— (EEUU); Lawrence Olivier,
Kenneth Branagh, Peter Greenaway (Inglaterra); Don Selwyn (Nueva Zelanda),
Antonio Román, Ángel de la Cruz (España), Jirí Trnka (República Checa), entre
cientos.
El western Cielo amarillo
(Wellman, 1948) protagonizado por Greg Peck, está basado en La tempestad; Rave de una noche de verano (Cates, 2002), se trata
de la versión
irreverente de la comedia original; Kiss
me Kate (Sydney, 1953) un musical basado en La fierecilla domada; All
night long (Dearden, 1962), donde el recién fallecido Richard Attenborough
presenta una versión de Otelo con
músicos de jazz en los sesenta; los Hamlet de Sarah Bernhardt y Asta Nielsen,
dos mujeres interpretando al príncipe danés; Ran (Kurosawa, 1985), adaptación de El rey Lear al Japón del siglo XVI; Macbeth X (Bandinelli, 1999), versión pornográfica y contemporánea
de la tragedia; Papita, maní, tostón
(Hueck, 2013), Romeo y Julieta hecha
comedia romántica en el mundo pelotero venezolano; Buscando a Ricardo tercero (Pacino, 1966) un documental basado en esa tragedia. Lo único que tienen en común es que están apoyadas
en Shakespeare.
La invención de lo
humano
Los textos de
Shakespeare son perfectos y los cineastas lo saben. Muchos optan por mantenerlos intactos, cambiando entonces la época, los nombres de los personajes, los
lugares, los conflictos políticos. Baz Luhrmann dirige Romeo + Juliet (1996) ambientado en un suburbio moderno, con duelos
de pistolas y sin tocar el texto original. Robert Wise dirige West side story (1961), el musical
situado en Nueva York donde los Montesco y Capuleto son neoyorquinos y
puertorriqueños, y donde todo el texto cambia para acomodarse al entorno. En la
primera Julieta dice “¡De prisa a la dicha absoluta!”; en la segunda canta I feel pretty. Roman Polanski dirige una versión de la tragedia de Macbeth en la
que procura que lo que se lee se vea,
no se diga. Al mejor estilo del cine mudo, Lady Macbeth recorre los pasillos del castillo, sonámbula, haciendo el
gesto de limpiarse las manos, y podemos ver que las tiene manchadas de sangre, aunque no sea así. Polanski nos muestra lo que ella ve. Cuando Macbeth
hace el soliloquio Polanski nos lo hace escuchar en off, no lo vemos decir.
Entonces, ¿funciona mejor que Julieta sea de Verona o de San Juan?
¿En qué afecta que el rey Lear
sea Ian McKellen o Jüri Järvet? ¿Debe permanecer el texto dicho o es más interesante ver lo que Otelo imagina está pasando entre su mujer
y Casio? ¿Qué pasa si todas las versiones funcionan?
¿Cuál es el elemento inalterable?
Los asuntos entre letra y cine no son exclusivos de Shakespeare,
naturalmente. Lo que sí lo es, es que el guionista deba enfrentarse a un texto
perfecto, tan bella e inmejorablemente escrito, y escoger despedazarlo,
moldearlo a una época que no admita esa solemnidad y riqueza de lenguaje. Ese
guionista sabe que el texto no
solo no será tan bueno, sino que no tiene punto de
comparación alguna. Sin embargo funciona. Al hacerlo se revela lo obvio: la
universalidad de Shakespeare, de la que habla Harold Bloom, no está en una
frase específica de tal o cual pieza. Tal vez Shakespeare da para todo no solo
porque es universal, sino porque como dice Bloom, nos juzga, nos pregunta
constantemente quiénes somos, respondiendo todas las veces, a todos los hombres, con cada
lectura, cada puesta en escena, cada adaptación al cine. Shakespeare da para
todo porque en él está todo. Lo
inalterable es
el alma. No podemos modificarla. El
resto bien puede ser silencio.
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