Un gran ciudadano
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Entre el 23 y el 30 de enero de 1937 estuvo sobre el escritorio de
Josef Stalin el guion de The great
citizen, una película cuya primera parte estrenaría el año siguiente. Su
director, el cineasta Fridrikh Ermler, recibía comentarios de Stalin a través
de Boris Shumyatsky, productor ejecutivo del monopolio cinematográfico
soviético entre 1930 y 1937. Una del 27 de enero de 1937 indica que “el guion
debe volverse a hacer, haciendo su contenido más contemporáneo, reflejando todo
lo fundamental que fue revelado en el juicio Piatakov-Radek”. Tres días después
de que se enviase esta correspondencia concluyó el llamado Juicio de los
Diecisiete con el fusilamiento de los acusados, entre ellos Georgi Piatakov. Entre
guion y guion revisado, Stalin firmaba una que otra lista de ejecuciones.
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The great citizen cuenta la historia de Shakhov, el gran ciudadano, un personaje
basado en la vida y muerte de Sergei Kirov, a quien durante la elección del
nuevo Comité Central del Partido Comunista prefirieron los votantes sobre
Stalin y fue, como debe ser, asesinado ese mismo año sin tener conclusiones
irrefutables al respecto. Se conoce que su asesino fue Leonid Nikoláev, un
vagabundo malnutrido que rondaba el Kremlin armado, con cuya esposa se especula
estaba involucrado Kirov. Sin embargo Nikita Kruschev denunció que el paranoico
Stalin estuvo detrás del asesinato. La versión oficial fue, tenía que ser, que
Kirov fue asesinado por órdenes de Trotski desde el exterior. The great citizen cuenta esta última
versión, por supuesto, y su estreno coincidiría con el final de los procesos de
Moscú.
En esta película el gran ciudadano Shakhov es el blanco de una
conspiración por parte de Kartashov, un contrarrevolucionario trotskista,
enemigo del Estado, para asesinarlo y hacerse con el poder. Está filmada como le
gustaba a André Bazin: planos secuencia largos con puesta en escena en
profundidad, además de un ritmo trepidante de traición y misterio al estilo
hitchcockiano. Es parte de lo que los historiadores del cine llaman la era del
montaje conspirativo, un estilo que reemplazó al experimental y dialéctico
eisensteniano asociado con la agitación ideológica revolucionaria. Las
películas con este estilo conspirativo plagaron las pantallas de la Unión
Soviética a finales de los años treinta, acordes con el terror que procuraban
los juicios y las purgas. El melodrama siniestro The party card (1936, Ivan Pyryev), por ejemplo, cuenta la historia
de Pavel Kuganov, un hombre que pretende ser un comunista ejemplar pero que en
realidad es un espía que casa para robarle el carné del partido a su esposa y
entregarlo a los movimientos anticomunistas (como haría un comunista ejemplar).
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Fridrikh Ermler es un nombre falso: Vladimir Markovich Breslav lo
asume en 1918 cuando se convierte en espía para la Comisaría Militar
Revolucionaria de los bolcheviques en Alemania. Ermler había participado en la
Revolución de Octubre entregado a la causa. Fue chequista y sovietizó, purgando
a los considerados burgueses o contrarrevolucionarios, el Instituto de Artes
Cinematográficas de Petrogrado en 1923. Siguiendo de cerca el trabajo de
directores soviéticos como Leonid Trauberg y Grigori Kózintsev, a quienes
admiraba, Ermler dirigiría 18 películas, entre ellas The peasants (1924, de las favoritas de Andréi Tarkovski), Las ruinas de un imperio (1929) y She defends the motherland (1943, cuyo
guion es de Aleksei Kapler, quien fuese novio de la hija de Stalin, Svetlana). Le
convirtieron en objeto de atención de los cineastas del mundo, entre ellos
Charlie Chaplin. Su cine estuvo apegado siempre a los intereses del partido y
al realismo social.
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Novena película de Ermler, The
great citizen ha sido analizada por varios expertos por su uso de la
palabra oral: los personajes hablan muchísimo, en una suerte de himno al
discurso político. Ermler siempre estuvo orgulloso de esta obra conspirativa, una clara justificación audiovisual de la Purga. También los guionistas,
quienes anunciaron que si la película actuaba en beneficio de la movilización
de la vigilancia, para la exposición y destrucción de los enemigos del pueblo,
“estaremos felices sabiendo que hemos llevado a cabo nuestro trabajo creativo”.
[Pareciese pasarse por alto que la creatividad también se trabaja para el mal].
Trauberg en 1994, a propósito de una retrospectiva del director Ivan Pyryev,
contó que Ermler le había confesado que tras ver The party card sentía miedo de que alguien le robase su carné del partido,
por lo que en las noches revisaba bajo la almohada de su mujer para ver si
estaba allí: debía desconfiarse de todos, enseñaba la ficción.
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The great citizen fue un acto político que no solo consiguió que se desviase la
atención de los que sospecharon del asesinato de Kirov, sino que en toda la
Unión Soviética se llorase a Kirov como el líder populista que fue (muy a pesar
de Stalin), al mismo tiempo que se celebrase a los revolucionarios
dispuestos a acabar con los conspiradores: la delación y el castigo como obligación
moral y los asesinatos y torturas como costo por una víctima inocente, un “santo
bolchevique”, Kirov. Tres juicios se llevaron a cabo entre 1936 y 1938. Más de
seiscientos mil ejecutados, más de ochocientos mil enviados a campos de trabajo
forzado y a prisión.
Puesto que en la película cualquier comunista que aparece podría
llegar a ser un espía, el conflicto se resolvió con un deus ex machina: la aparición de
Maxim, un personaje de películas anteriores de Trauberg y Kózintsev con el cual
el público estaba familiarizado y consideraba un revolucionario indiscutible. Es
decir, la ficción imaginada por Stalin y Ermler necesitó de un personaje de
ficción para ganar la confianza del espectador. Cuál otra podría haber sido
la estrategia de estos revolucionarios sino atacar la ficción con ficción, como
atacaron la conspiración con conspiración, dejando ver que para ellos la
realidad se tiene que negar porque en
ella ningún revolucionario es otra cosa que un delator, un asesino, o ambas.
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