Fred y Ginger: Swing time
Swing time
(George Stevens, 1936) cumple ochenta años de haber sido estrenada. Novena
colaboración entre la pareja de baile más famosa y maravillosa del mundo, Fred
Astaire y Ginger Rogers, esta película tiene todo aquello por lo cual se ama al
musical americano: comedia, romance, música y los números de baile más
cautivadores del cine. Fred y Ginger son, como siempre, una delicia.
John
“Lucky” Garnett (Astaire) está por casarse y debe viajar a Nueva York a reunir
veinticinco mil dólares para hacerlo. Mientras acumula el dinero conoce a Penny
Carroll (Rogers), una profesora de baile, y se enamoran. Esta trama puede ser
la de cualquier musical americano y comedia
screwball, donde los personajes se ven constantemente involucrados en
malentendidos que resuelven con mucho diálogo y ritmo trepidante. En ella la
pareja es la trama.
El
caso de Fred y Ginger es particular. En sus películas se hace un equipo para
componer especialmente la música y letras, produciendo números musicales
narrativos. El montaje cambia porque Astaire exigía que se les filmase en
planos generales secuencia, acabando con la fragmentación de Busby Berkeley y
el ornamento de la masa de Kracauer. Mientras las parejas en otros
musicales se enamoran y encuentran en sueños, en las películas de Fred y Ginger
uno despierta al otro de sus sueños para reñirle. Los malentendidos sirven
siempre para satisfacer los deseos del espectador: como las convenciones
sociales suelen estar en conflicto con las del género, Penny decide, siendo una
chica honesta y trabajadora, seguirle la farsa en la academia de baile a
Lucky. Lo hace no para evitar ser despedida cuando su jefe cree que ha
maltratado a un alumno, sino porque el espectador así lo desea. De otro modo
los encuentros futuros quedarían en juego, y eso es lo único que el espectador
no soportaría. Se deja a un lado la moral de los años treinta a favor de un
número de baile.
A
diferencia del resto de los musicales contemporáneos que gracias al Código Hays
desplazan el sexo por la aventura, los de Fred y Ginger desplazan el sexo por
la riña. Cada encuentro de ambos supone una pelea que aumenta la atracción de
Fred por Ginger en la misma proporción en la que aumenta el rechazo de Ginger
por Fred. Atracción y rechazo se dan en un solo hecho en simultáneo: aunque
sabemos que Ginger cederá pues se enamorará de Fred, sus encuentros constituyen
siempre un pleito donde al mismo tiempo se rechazan y se atraen. Rick Altman lo
ve de una manera muy esclarecedora, pues dice que Astaire y Rogers son como
imanes, tanto en trama como en los números de baile: mientras uno avanza, el
otro se retira repeliendo la fuerza magnética del primero. Cada vez que uno se
mueve, el otro responde alejándose, hasta que uno se da vuelta, revierte la
polaridad, y se adhiere con fuerza al otro. Se dice que unir contrarios es un
atributo de Dios. También del musical.
Los
números al inicio y al final de la película siguen también la regla del género.
Se oponen diametralmente y no son sin el otro. “Pick yourself up” es un número
de reto, aquel en el que la riña se transforma en baile; y “Never gonna dance”,
un número de romance. El primero está lleno de guiños y humor: Lucky quiere la
atención de Penny y la busca pidiéndole que le “enseñe” a bailar. Tras varios
intentos fallidos, Penny le dice “Escucha, nadie te podría enseñar a bailar ni
en un millón de años. Toma mi consejo y ahórrate tu dinero” (Astaire fue
autodidacta). El conflicto con el señor Gordon, quien escucha por error la
sentencia de Penny, se resuelve gracias a que Lucky mentía sobre no saber bailar,
y le pide al jefe de Penny que vea “cuánto ha aprendido” de ella, salvándola de
que la echen del trabajo cuando fue él quien la metió en el aprieto.
El
segundo quizás sea el mejor número de la historia del dúo –y si me apuran, del
género–. Lucky, enamorado, le canta a Penny que no bailará nunca más, solo la
amará. La rutina de baile que sigue, obra del gran coreógrafo Hermes Pan,
muestra a Lucky desolado por el rechazo, caminando de un lado a otro en un
salón en su traje negro elegantísimo. Penny, en un traje largo y blanco, se le
acerca un tanto. Empiezan a bailar con pasos suaves y casi imperceptibles, se
rodean, se alejan y se acercan. De repente Penny se aleja, Lucky sale tras ella
y le toma la mano para hacerla darse vuelta. Insistiendo con algo de desesperación
la insta a balancearse como él hasta que sus pasos se aceleran con el ritmo y
juntos dan vueltas por todo el salón, se separan de nuevo y suben cada uno por
escaleras opuestas a un segundo nivel donde culminan su amorío danzante. Penny
se aleja dando vueltas y Lucky solo la ve irse y agacha la cabeza. Se trata de
la resolución de los conflictos de ambos, a través de la danza, no del diálogo.
Fred y Ginger son porque bailan.
A
ochenta años de su estreno, comparto las palabras de una crítica que dijo que Swing time es ver a Fred y Ginger en un
deleite maravilloso, o lo que es lo mismo, una de las mejores películas
musicales que se han hecho.
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