La confirmación
A Ethan S., recién confirmado
El guionista de
la aclamada Nebraska, Bob Nelson,
dirige La confirmación (2016), la
historia de un carpintero divorciado alcohólico que recibe a su hijo de unos
diez años para pasar el fin de semana mientras su exesposa va a un retiro
religioso matrimonial con su nuevo marido. El niño está por hacer la primera
comunión y la confirmación. La estructura de esta película es sorprendentemente
parecida y contrasta al mismo tiempo con la de Ladrón de bicicletas. En lugar de Roma en la posguerra, se trata –por
fortuna para los personajes– de algún pueblo lluvioso estadounidense.
El hurto, la comida, la iglesia
La primera y
fundamental similitud con la cinta neorrealista es que el conflicto del padre
inicia cuando a Walt, desempleado como Antonio Ricci, se le ofrece un trabajo
pero sus herramientas para llevarlo a cabo son robadas. Walt y Anthony
iniciarán la búsqueda de algunas pistas sobre cuál puede ser el paradero de la
caja de herramientas, a medida que la situación económica de Walt se va
haciendo progresivamente más precaria gracias a una sucesión de incidentes de
mala suerte. Mientras Antonio y Bruno buscan la bicicleta, Walt y Anthony
buscan la caja de herramientas. Hay en La
confirmación, cómo no, una escena equiparable a la que cierra Ladrón de bicicletas, en la cual
Antonio, desesperado, toma la decisión de robar y Bruno es testigo y defensor
cuando lo sorprenden y quieren castigar.
Una escena al
inicio coincide en ciertas maneras con el clásico de De Sica. El joven Anthony
(como Antonio, el padre en Ladrón)
espera en la camioneta pickup de su
padre Walt (Clive Owen), quien entró a un bar a ver si algún compañero sabía de
algún empleo para él. Estacionada a pocos metros hay otra camioneta similar,
con un niño similar dentro. Anthony ha sacado un chocolate y el otro niño baja
de inmediato de la camioneta y se acerca a él sin decir palabra. Anthony, casi
sin pensarlo, pica la barra a la mitad y la entrega al otro niño, quien la
recibe y regresa al automóvil en silencio. En Ladrón de bicicletas, Bruno espera que los atiendan a él y a su
padre en presencia de una familia numerosa que ocupa la mesa de al lado, donde
está sentado un niño de su edad que hala un hilo de mozzarella con la boca
mientras aleja el pan con sus manos y mira con frecuencia a Bruno engreído,
presumiendo de su comida. En La
confirmación es Anthony quien tiene comida, y cuando pareciese que va a
alardear de ella, Nelson lo resuelve con el contrario: Anthony no tiene
inconveniente en compartirla. Hay semejanzas y también intercambios en las
conductas de los personajes.
Un aspecto mucho
más desarrollado en La confirmación
que se encuentra resaltado de manera mucho más compacta y genial en Ladrón es la religión. En la primera,
Anthony miente muchísimo, roba y amenaza luego de haber dudado ante el padre
durante su confesión sobre si tenía siquiera algún pecado que admitir. Walt es
un agnóstico conservador que escucha música country
y cree que si hay Dios, este vive en los detalles (pues es carpintero). En Ladrón la iglesia hace acto de presencia
muy brevemente en una escena lluviosa en la que Antonio y Bruno se refugian de
la tormenta junto con un grupo de curas que ríen y conversan, indiferentes ante
lo que les sucede a nuestros protagonistas. No es que tenga nada de malo que
rían, explica André Bazin, es que, siendo la iglesia símbolo de la compasión,
el que esos personajes estén allí sin preocuparse o atender las desgracias de
los Ricci, a quienes tienen a un lado, significa que De Sica quería que fuese
difícil imaginar una escena más anticlerical que esa. La confirmación, por contraste, tiene escenas donde Anthony miente y
roba para honrar a su padre y a su madre. Uno de los personajes, por ejemplo,
solía ser un ladrón, sin embargo ahora es un buen tipo pues “ha encontrado a
Jesús”. La iglesia como presencia moral cuyos inconvenientes se sortean a favor
de sus propios valores.
Si bien Antonio
nunca sufrió del síndrome de abstinencia, el mundo de La confirmación tiene, debe tener, conflictos más individuales que
los de Ladrón de bicicletas. En la
Norteamérica de hoy se podría haber escogido algún telón de fondo político o
socioeconómico que afectase de forma pertinente al personaje para que siguiese
la progresión requerida por el guion, pero evidentemente a Nelson no le
interesa. Un padre alcohólico que decide permanecer sobrio mientras cuida de su
hijo el fin de semana vale los conflictos que rodean a Ricci y que decide
sobrepasar para no decepcionarlo.
Aunque carezca
de la precisión y genialidad superiores de Ladrón,
hay algo con la sanción final de la cinta de De Sica de la cual La confirmación podría hacer eco, y es
el presentar a ambos, padre e hijo, al mismo nivel moral. Mudar la anécdota de contexto
sin duda no es ni de cerca alcanzar al clásico, sin embargo, da gusto encontrar
esta suerte de homenaje local despojado de posguerra, de vanguardia. No todo
tiene que ser político ni épico, y menos aún en nuestros tiempos: hacer la
confirmación es un acto íntimo y espiritual, no una batalla desde una trinchera
ideológica por la Historia y el hombre nuevo. La mejor prueba de ello es que
hombres ideologizados, vacíos e imbéciles –cuyos conflictos por lo general
están de alguna manera vinculados a su relación con el padre– estén convencidos
de lo contrario.
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