Nabat



Una mujer vive en un pueblo azerbaiyano cercano a Bakú, capital del país. Su casa se encuentra al final de un camino de tierra y piedras, hacia arriba en una colina algo apartada del resto de las casas del pueblo. Su hijo ha muerto en combate en la guerra de Nagorno Karabaj y su marido está enfermo en cama. Su vida consiste en cuidar de él y la casa, además de llevar leche que ordeña de su única vaca hasta la casa de un vecino quien vende la leche en la ciudad. El drama azerbaiyano Nabat (2014, Elchin Musaoglu) lleva el nombre de esta mujer.



La República Democrática de Azerbaiyán, independiente en 1918, es el primer país democrático en el mundo islámico, la primera república parlamentaria moderna, uno de los primeros países de la región en otorgar el derecho al voto a la mujer, y el país que crea la primera universidad moderna del Medio Oriente, la Universidad Estatal de Bakú. Con mayoría musulmana, apoya la construcción de teatros y la tolerancia religiosa. Naturalmente, el asesino sanguinario de Vladimir Lenin debía destruir todo aquello: declaró que la URSS [hoy de vuelta con nosotros] necesitaba del petróleo de Bakú y ordenó la ocupación en 1920. En los años sesenta y setenta comenzó el declive por las políticas económicas socialistas mientras alrededor de medio millón de armenios migraron al territorio. La República Democrática de Azerbaiyán se restituyó en 1990, un año antes de la disolución de la Unión Soviética; esta independencia llenó a los armenios que ocupaban la región de Nagorno Karabaj de ansias de secesión: conocido como la Guerra de Nagorno Karabaj, este conflicto continúa hasta nuestros días, aun cuando ninguna nación haya otorgado reconocimiento diplomático a la república con ese nombre.



Todas las noches Nabat (interpretada por la iraní Fatemah Motamed-Aria) y su marido lánguido escuchan los disparos y misiles de la guerra. Unos días escuchan el aullido de una loba, y Nabat debe preparar la trampa que han hecho cerca de casa para proteger la vaca. También debe lavar la ropa, limpiar, ordeñar, llevar la leche al pueblo y atender a su marido. La primera parte de la cinta se va en los quehaceres de esta mujer robusta y masculina, quien entre una tarea y otra tiene recuerdos o visiones de su hijo vestido de soldado, a veces despidiéndose para partir o refrescando a los caballos. Pronto Nabat descubrirá que el pueblo ha sido desalojado y que se encuentra a solas con el retumbe de las armas y el aullido de las bestias.



Nabat está fotografiada como cuadros costumbristas de Vermeer: encuadres quietos, geométricos, intimistas, con mucha textura y luz llena de resplandores y contrastes. Y es que es luz lo que alargará la voluntad de vida de Nabat cuando ya se ha perdido todo: la mujer sale a encender todas las lámparas de las casas deshabitadas para poderse asomar a su ventana de noche y ver el pueblo iluminado. La cámara se mueve con calma y mucha libertad, pues con frecuencia parece trasladarse casi a capricho, sin parecer asomar intención discursiva alguna. Su manera de capturar los paisajes montañosos azerbaiyanos tiene una suerte de lirismo, así como su tratamiento de los elementos como el agua y el viento.



Musaoglu pareciese estar contando la historia de su propio país, viendo cómo esta se repite. La de un lugar tomado por la guerra una y otra vez y la falta, precisamente, de lo que sobra en la pintura de Vermeer: la certeza en la existencia de Dios.

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