Borgman
Un hombre debe abandonar una suerte de guarida subterránea en
un bosque a un lado del camino y huir. Un grupo de hombres con armas blancas lo
buscan, incluyendo un joven sacerdote que empuña un hacha. El hombre alerta a
otros en madrigueras como la suya y luego, con mucha seriedad y convicción,
cruza una calle y camina hasta tocar la puerta de una casa moderna de patio
enorme. Un hombre bien vestido abre la puerta y el fugitivo le pide que le deje
ducharse en su casa. Ante la sensata negativa del hombre bien vestido, y justo
cuando está por cerrarse la puerta, el hombre subterráneo le regala una pequeña
angustia diciendo “conozco a su esposa”.
Borgman (2013) del director holandés Alex van
Warmerdam, es un drama y thriller que
lleva el nombre del personaje que irrumpe en esa casa. Con un grupo de
especialistas a su cargo, Camiel Borgman (Jan Bijvoet) ha llegado para quedarse
en la vida de esa familia. Richard (Jeroen Perceval) trabaja en una empresa que
le quita bastante tiempo. Marina (Hadewych Minis) es su esposa, una rubia robusta
que se siente culpable de vivir como lo hace. Tienen dos niñas, un niño y una
niñera (Sara Hjort Ditlevsen) que habla inglés. Todos quedarán hechizados por
la fuerza demoníaca que es Borgman.
En principio pareciese tratarse del Mal, poco a poco
convirtiéndose en huésped de esa casa. Hay algo de hechicería en el poder que
ejerce Borgman sobre las mujeres de la casa, especialmente Marina, sobre quien
se inclina como el íncubo en el cuadro de Füssli para perturbarle los sueños y
desestabilizar aún más a la familia que, metáfora de ese Occidente nórdico
acomodado y confortable, ha dejado entrar a su hogar a esta figura así como a
través del tambaleo de las instituciones y responsabilidades civiles se ha logrado
colar el mal organizado. Con planos pintorescos como aquellos bajo el agua en
el lago, y la ansiedad que produce ver cómo todo se va enrumbando por el peor
camino posible, Borgman tiene la
extraña e incómoda atmósfera de películas anteriores del director holandés,
como Ober (2006) o Abel (1986).
Y ¿por qué permite esta familia entrar al mal a su casa? Como
si de un canto de sirenas se tratase, Marina, una de sus hijas y la niñera han
dicho que no al principio, como el héroe en su camino. Sin embargo el canto es
poderoso. Casi bíblica, la imagen que viene es Borgman serpenteando entre los
árboles y Marina cediendo. Se permite la entrada del mal a la casa porque se
quiere. Van Warmerdam lo sentencia con aplomo: todos desean la destrucción.
Al escribir sobre esta cinta, Fernando Mires menciona, entre
otras cosas, el poder de las masas organizadas sin Dios ni ley, y a propósito
de ese centenario de la destrucción que está por cumplirse el año entrante, Borgman resulta elocuentemente profética
y lapidaria. Solo hace falta que una persona dude por un instante, y podrá ser
justo lo que Borgman necesite para acabar con todo desde dentro.
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