La familiaridad de la nostalgia
Woody Allen cuenta una vez más la historia de un enamoramiento.
Esta vez, además de darse entre un par de personajes, se da por el cine. Años
treinta, Hollywood: después de haberse recuperado un poco del crac del 29 la
sociedad norteamericana vivía entre la ansiedad que despertaban las mafias y el
glamur de los números vibrantes de Ginger y Fred. Un productor importante, Phil
Stern (Steve Carell) se relaciona con las estrellas, directores, productores e
inversionistas más importantes del cine, cuando recibe una llamada de su
hermana. Quiere que ayude a su hijo, el sobrino de Phil, Bobby (Jesse
Eisenberg) a conseguir empleo en la ciudad. Bobby llega a Los Ángeles desde
Nueva York y hace unos buenos intentos por acoplarse a las maneras de la costa
oeste. Conoce, a través de su tío Phil, a una chica, Vonnie (Kristen Stewart),
quien trabaja como asistente de Phil. Vonnie tiene novio, pero esto no impide a
Bobby seguir saliendo con ella: se ha enamorado. Vendrán otras complicaciones y
enredos más adelante, pero esta vez el enamoramiento de los personajes continuará.
Es inexplicable, aleatorio, infundado. Y permanente.
Café Society (2016) trae a Allen de nuevo a dos grandes ciudades norteamericanas,
esta vez las que fueron y no las que son. Nostálgico, el director hace
referencias a aquel entrañable cine clásico personificado por Hedy Lamarr y
Clark Gable, a la mágica Swing Time
de George Stevens, y al mismo tiempo al mundo gansteril de desasosiego y
peligro que aún quedaba después de la regeneración del país emprendida por
Roosevelt en 1933. Fotografiada por Vittorio Storaro, esta cinta está iluminada
como una de la época, iluminación de tono alto, claridad y brillantez nítidas,
glamurosas, sofisticadas. El jazz pocas veces le ha venido mejor a alguna de
sus películas.
Mientras que Kristen Stewart mantiene bajo control todo impulso de
parecerse a algunos personajes mucho más adolescentes que ha interpretado,
Eisenberg se mantiene impenetrable, inexpresivo, antipático, como lo es en La red social o incluso la anterior de
Allen, A Roma con amor. Un actor cuyas
maneras lo vuelven inaccesible para
interpretar un personaje adorable, encantador, divertidísimo [solo la parquedad
y velocidad de autómata con la que enuncia los diálogos resulta lamentablemente
inapetente. Es difícil evitar pensar qué habría hecho Michael Cera (Scott Pilgrim vs. El mundo), por
ejemplo, con un personaje como Bobby]. Si bien se rastrea el dejo neurótico de
Allen en su interpretación, no hay mucho más en ella que lo que nos ha
acostumbrado a ver en otras películas.
Café Society establece dos mundos representados en la figura de Bobby, quien
adquiere lo mejor de ambos: las maneras de la mafia para relacionarse, y las
del glamur hollywoodense para el trato con sus clientes. Como las grandes
representantes del género, esta comedia romántica es dual: dos realidades
sociales, dos ciudades, dos personajes (casi) diametralmente opuestos. Allen
logra lo contrario de lo que alcanza 45
años (Andrew Haigh, 2015) al unir a una pareja sin reunirla. En el drama de
Haigh la pareja se desune sin separarse.
Revisitar el viejo Hollywood y los viejos amores, en ambos casos
los que, muy a nuestro pesar, no logran abandonarnos, hacen a Café Society una película encantadora,
en su familiaridad acostumbrada de la obra de Allen, y en la melancolía
inevitable de pensar aquello que seguimos amando.
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