#CineCentenarioRevoluciónRusa El regreso
El cineasta ruso Andréi
Tarkovski dirigió nueve películas: nueve obras maestras. Quien muchos críticos
consideran su sucesor, Andréi Zvyagintsev, ha dirigido hasta hoy cinco, también
obras mayores. Actor de televisión, Zvyagintsev estrena su primer largometraje,
El regreso, a los treinta y nueve
años. Seguirían El destierro (2007), Elena (2011), Leviatán (2014), y la más reciente, Loveless (2017, estrenada en el Festival Cannes). Puede
identificarse una línea temática en su obra, pues El regreso se dedica a la figura del padre, El destierro a la pareja, Elena
a la madre, y Leviatán al Estado.
Zvyagintsev profundiza acerca de estos temas en la Rusia contemporánea, y lo
hace mediante historias mínimas, llenas de silencios, donde cada gesto por
pequeño que sea tiene un significado poderoso. Parece ser el cineasta ruso
contemporáneo más importante y de más alta calidad y complejidad, con mayor
proyección internacional. La sencillez con la que están filmadas sus películas
acompaña la complejidad de sus asuntos, siempre narrados con claridad y sin
pretensión. Entrar en el mundo que presenta Zvyagintsev es permanecer en vilo
cuando parece no estar sucediendo
nada. Su cine es hipnotizante, al mismo tiempo sobre lo extraordinario y lo
mundano.
Un crítico en Indyweek comenta algo que parece pasarse
por alto al ver El regreso (2003): el
padre que aparece de repente en la vida de esta familia de tres, madre y dos
niños, se ha ausentado por doce años, es decir, aproximadamente la cantidad de
años que separan la caída de la Unión Soviética de la llegada de Vladimir Putin
al poder. La figura del padre para el imaginario ruso es lo suficientemente
compleja, y Zvyagintsev ha mantenido esa complejidad intacta en este thriller sobre la relación del pueblo
ruso con la paternidad y la autoridad.
Solo cuatro personajes: padre
(Konstantin Lavronenko), madre (Natalia Vdóvina), e hijos, Andréi (el mayor,
Valdimir Garin), e Iván (Iván Dobronrárov). Los niños solo tienen recuerdos del
padre gracias a una fotografía que guarda su madre en casa. Tras los años de
ausencia, el padre regresa y lleva a los niños a un viaje de fin de semana a
Siberia, donde irán de pesca. Sin saber muy bien cómo se sienten al respecto,
el viaje inicia y los niños tratan de llevársela bien con el padre, sin embargo
Iván no puede ocultar su desconfianza y empieza a incomodarles (la primera de
muchas veces). Lejos de tratar de entenderle, el padre le reprende, amenaza y
golpea en ataques de cólera que poco o nada controla. Una vez en el lago donde
prometió el padre pescarían, este desentierra una caja escondida, como si el
viaje familiar hubiese sido la excusa para ir por ella. Las reprimendas a Iván
(quien por cierto, sufre de lo mismo que Scottie Ferguson: vértigo) pasarán a
peor, hasta que la suerte haga de las suyas.
Muchas interpretaciones son
posibles frente a lo que cuenta El
regreso. Una de ellas se hace a través del catolicismo, pues hay algunas
referencias a la Biblia en la trama, y algunos especialistas han identificado
en esta historia alegorías teológicas. Cuando se le preguntó al director en
entrevistas al respecto, si se trata sobre Rusia, o sobre Dios, este respondió
que él pretendió que fuese un asunto casi mitológico en cuanto a relatar la
relación entre padre e hijos. El regreso
es tan rica que permite todas estas lecturas al mismo tiempo, sin ser
excluyentes.
Narrada bajo ciertas
convenciones de la road movie, esta
película tiene además otros elementos de otros géneros, como la caja que el
padre llega a desenterrar cerca del lago, un MacGuffin, elemento del suspense hitchcockiano. La conjunción de
estos elementos solo añade capas a la historia permitiendo esos lugares para la
interpretación y la especulación del espectador. “En la caja hay lo que el
espectador quiera que haya”, declaró Zvyagintsev.
El final es de los más
poderosos de su filmografía, y es bastante decir. Esta, su ópera prima, rodada
con tonos azulados y grises que nos alejan y logran que desconfiemos de todo lo
que está sucediendo, muestra algo que refiere James Meek de The Guardian: desde la perestroika no se
veía en el cine ruso una cualidad que esta cinta tiene: compasión.
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