#CineCentenarioRevoluciónRusa Goodbye, Lenin!
Las producciones que se
encargan de retratar la vida en las dos Alemanias son muchísimas, y un puñado
de ellas resulta excelente para quienes vivieron o visitaron aquello, y para la
mayoría de los historiadores. La vida de los
otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) la historia de un hombre
cuyo trabajo era monitorear las grabaciones de audio que se hacían desde
micrófonos escondidos en las casas y apartamentos del ciudadano común; El cielo sobre Berlín (1987, Wenders) en
la que dos ángeles sobrevuelan Berlín y se compadecen por sus habitantes; Flores negras (2003, Carreras), un thriller de espías; Uno, dos, tres (1961, Wilder), una historia divertidísima y cínica
sobre las relaciones comerciales de la Coca-Cola con la RDA y los rusos; Octopussy (1983, Glen), de cómo el espía
más famoso del cine debe cumplir una nueva misión en Berlín Oriental; Cortina rasgada (1966, Hitchcock), la
historia de un físico interpretado por Paul Newman que aparenta traicionar a
los americanos para dar con una fórmula secreta en manos de los comunistas; El silencio tras el disparo (2000, Schlöndorff),
donde una terrorista se asila en la RDA para luego enterarse de que tras la
caída del Muro extraditarán a los criminales; o Pink Floyd The Wall (1982, Parker) basada en el disco homónimo,
animada, entre otras.
Como si de un Rip Van Winkle
comunista se tratase, Christiane (interpretada por Katrin Sass, actriz famosa
de la Alemania Oriental) deberá enfrentarse con los cambios que trae la caída
del Muro mucho después de que esto sucede, tras haber caído en coma antes del
desplome del comunismo y despertar cuando ya el mercado se ha abierto y los
logos de marcas estadounidenses antes temidas y despreciadas ganan espacio en
la vida cotidiana de los habitantes nostálgicos de la recién acabada RDA, en la
alemana Goodbye, Lenin! (Wolfgang Becker,
2003).
Los asuntos de arrepentimiento
o de aceptación en una generación que se obsesionó con suplantar vacíos
personales con el Estado y su totalitarismo, además de hablarnos de
afectaciones psicológicas de una sociedad, exponen, sobre todo en Goodbye, Lenin! que el apoyo a este tipo
de regímenes se da exclusivamente por conflictos personales. El marido de Christiane
se ha ido. El Partido y el Estado, en este caso lo mismo, se conviertieron en
todo su mundo. Removerla de semejante farsa con una nueva, esa que tratará de
llevar a cabo su hijo para que crea que el comunismo va viento en popa, parecía
ser la única manera de mantener su “cordura”. Más allá de los aspectos
ideológicos, la cinta también nos habla de la relación entre madres e hijos. Finalmente,
la historia del padre, quien sabremos que en realidad no desapareció por las
razones que Christiane creyó con tanta firmeza, terminará por afincar la
sentencia del director frente a las cuestiones políticas de la película: el
comunismo en la RDA terminó por convertir a buena parte de los habitantes en
fanáticos cuasireligiosos, cuya salud mental no tendría reparo ni fuerza para
enfrentar el fin.
No deja de ser curioso que se
trate de una comedia. Si existiese una versión de esta historia llamada “Goodbye,
Hitler!” lo más probable es que fuese una sátira, no una comedia. Las normas
del género nos enseñan entonces que seguimos viendo el comunismo con deferencia
y consentimiento. Hasta cuándo.
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