Centenario de Ingmar Bergman: Persona
Licenciado en Letras e Historia del Arte, el
sueco Ingmar Bergman se dedicó al teatro desde muy joven, iniciándose como
ayudante de dirección en Estocolmo. Llega al cine primero como guionista y
luego como actor en un par de películas del ya conocido realizador de cine mudo
Victor Sjöström y se involucra escribiendo y dirigiendo cintas sobre asuntos
metafísicos, inquietudes que surgían a partir de su crianza por un pastor
luterano. Un verano con Mónica
(1953), Juegos de verano (1952) y Sonrisas de una noche de verano (1955)
le dieron reconocimiento internacional, incluyendo un premio en el Festival de
Cannes. Bergman construye en los sesenta una casa en la isla de Fårö, en el mar Báltico, donde se recluirá más adelante a
pasar sus últimos años. También trabajó para la televisión sueca en la década
del setenta, para luego trasladarse a Alemania y rodar algunas películas allí.
Nunca dejó de trabajar en el teatro.
No sería descabellado decir
que el título de esta película contiene todo lo que debe saberse sobre ella.
Elisabet (Liv Ullman) es actriz de teatro, su oficio es interpretar al otro.
Alma (Bibi Andersson) es su enfermera, y como en La más fuerte de August Strindberg, es la única que habla. Juntas
hacen a un solo personaje, se funden en un plano perturbador en el que Bergman
une la mitad de la cara de una con la mitad de la cara de la otra y sobrepone
ambos rostros. Es uno de los planos más famosos del cine. “Persona, en
singular” dice Roger Ebert, dejando claro que es una sola identidad la que se nos
presenta en la película.
Muchas escenas en Persona (1966, Ingmar Bergman) son
inolvidables. Una de las historias de Alma, en la que relata una aventura
erótica, resulta poderosamente evocadora precisamente porque Bergman se resiste
al flashback (veremos algo de esto
muchos años después, en el monólogo del personaje de Nicole Kidman en Ojos bien cerrados de Kubrick). La
escena onírica en la que una peina a la otra, o aquella en la que Alma no puede
contener más su resentimiento y revienta en un ataque de furia, van dibujando
la realidad de La más fuerte, en la
que Elisabet sin decir palabra se hace con la identidad de Alma vulnerando su
entereza y logrando que haga lo contrario a su deber como enfermera. La
proyección se quema, como dándonos a entender que se trata de un artificio, que
estas mujeres no son reales, justo cuando más cercanas se nos han presentado.
La escena inicial de créditos
es también de las más famosas. Las imágenes que van apareciendo apenas por un
instante son simbólicas, y dicen
acerca del cine del realizador sueco: un cordero, un ojo, una araña. En el cine
de Bergman todo esto está lleno de significado y nos remite a sus grandes
temas, como el silencio de Dios, el arte, el sacrificio. El origen del cine,
aquello que lo hace posible, no está para Bergman en el plano general del tren
llegando a la estación sino, como en el cine desnudo del escandinavo Carl
Dreyer, en el rostro.
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