El revolucionario mental
Cuenta el cineasta Alexander
Kluge en una entrevista al diario argentino Clarín
que “protesta en su mente” ante lo que él llama “mala realidad”: cuando
suceden cosas que no le gustan, las cambia en su mente, a modo de protesta.
Kluge, quien claramente ha perdido la cabeza, habla de crear utopía necesariamente, para acomodar la
realidad a algo más parecido a nuestros deseos. Es por esto que se embarcó en
el proyecto innecesario y ridículo de filmar
El Capital de Karl Marx a partir de las notas dejadas a medias por Sergei
Eisenstein, cuya intención fue filmarlo a finales de los años veinte. Si bien
se parece a la evasión, la absurda protesta mental de Kluge no se trata de eso,
sino de negar la realidad a la vez que se construye una propia que, como sucede
siempre, será contraria a aquella, precisamente por seguir postulados marxistas
como el acabar con los valores tradicionales. El soviético, como el alemán,
pensaba que la realidad debía ser aplastada, y partir del principio hegeliano
de la dialéctica y su versión materialista, ideó –en su mente, todopoderosa,
cartesiana– una manera de hacer cine que respondiese a dicho principio, el cual
puesto en práctica aplastó la representación de la realidad del llamado después
montaje de la transparencia, de la misma manera como el marxismo-leninismo
aplastó la realidad del siglo veinte para imponer la suya.
Al parecer, Eisenstein quedó
agotado y enfermo a la mitad del montaje de Octubre,
cinta que no estuvo lista a tiempo para ser proyectada en la fecha del
aniversario de la Revolución a la que hace referencia dado el estado de salud
del director. Una vez Eisenstein acabó su más reciente panfleto no se había
recuperado del todo. Así como algunos deciden en tiempos aciagos volverse a la
religión o a la quiromancia, Eisenstein se fue a visitar a James Joyce, a
conocerle y dejarle clara su admiración por el Ulises. Y como Kluge, algo en su mente le hizo darse cuenta de que
lo que debía filmar a continuación debía ser El Capital, además, a la manera de Joyce: la vida humana entera, su
historia, en un día de la vida de un hombre común. Algo sencillo, pues, para
aligerar sus días.
Un proyecto de esta magnitud es
verosímil cuando se conoce de quién proviene. Eisenstein hizo visible la
dialéctica hegeliana. La hizo cine. De modo que seguramente, si su compañerito
Stalin le hubiese dado el capital para El
Capital, habría filmado la obra de Marx (y, ¿por qué las artes no se
encargan de la Economía como objeto?, se pregunta el filósofo Hans Magnus Enzensberger
con una media sonrisa). Pero fue Kluge quien se atrevió a filmarla, a partir de
los apuntes delirantes de Eisenstein, claro está. Así como Marx tuvo al parecer
varias de sus ideas borracho, Eisenstein tuvo algunas suyas enfermo o dopado.
De Kluge, no se sabe, pero el resultado es Noticias
de la antigüedad ideológica (Kluge, 2008) una película de nueve horas para
la televisión donde los apuntes del soviético se leen en pantalla o son
recitados al unísono por parejas frente a la cámara, intercalados con planos que
describen a veces lo leído o escuchado, a veces algo distinto; entrevistas con
personalidades del pensamiento occidental, como Peter Sloterdijk o Enzensberger,
todo acompañado por música, por momentos delicada y relajante, por otros
rechinante y desagradable. Su intención (y la de Eisenstein), dice Kluge al Clarín, es que “la gente no aprendiera
el vocabulario de la revolución de memoria, sino que combinara las palabras de
Marx con su experiencia (…) Quería combinar experiencias sociales y personales,
con las palabras abstractas de la economía. [Eisenstein] Decía que la economía
era un tema de imágenes, de experiencia, de algo práctico. Quería llevar el
subtexto de Marx a la vida (…) creía que la Revolución estaba en la cabeza de
la gente”. En su mente y en su maldad, como diría el dictador de este país.
Hablar de Marx en el cine no solo
es hablar de energúmenos como Eisenstein y Kluge, al parecer –apenas– tan lejanos
en distancia y tiempo, sino de una pandilla de cineastas rojos y soñadores al
estilo de Jean-Luc Godard, Ken Loach o, más cercano aún en distancias, el
haitiano Raoul Peck, formado en Estados Unidos, Francia y Alemania. Se graduó
en Cine en Berlín Occidental, vive entre Nueva Jersey (tal vez encuentre
Manhattan esnob) y París, como debe ser, y es conocido por su nominación al
Oscar del documental I am not your negro
(2016).
Su trabajo más reciente es El joven Karl Marx (2017), una cinta
insufrible que cuenta la amistad de juventud entre Marx y Engels y su
colaboración para la creación del Manifiesto
Comunista. Además de contar con un actor mucho más guapo para interpretar a
Engels que a Marx, este drama deja ver cómo el joven protagonista se entrega al
licor con la misma pasión con la que cultivaba su odio al capital, aunque
parece querer dar a entender que en realidad no dejó morir a sus hijos por
hambre en vez de buscarse un trabajo, sino que trabajaba y no se le pagaba
–esos capitalistas malvados– o bien nadie le quería dar trabajo. No hay que
culpar a Peck, que haga lo que le funcione con la ficción que dirige. Y lo que
quiere, no lo deja en duda, es hacer de este personaje un genio maravilloso,
cuyas ideas nobles y hermosas deben seguir inculcándose pero sobre todo,
llevándose a la práctica: aquí es donde Peck y Kluge se dan la mano sangrante. “¿Qué
quería usted con esta película?”, pregunta a Kluge Patricia Kolesnicov, de Clarín. Este responde que más o menos lo
mismo que Eisenstein, y añade: “Tenemos que apegarnos a estos pensadores, a
Marx, a Benjamin, a Adorno (…) ¿Para qué? ¿Por qué esos hombres sabios de la
antigüedad construyeron el Arca de Noé? Tienes que tener esos botes, tienes que
construirlos (…) para salvar lo que vale la pena entregarle a la próxima
generación (…) para mantener la esperanza. La esperanza de que en algún
momento, en el futuro, podamos hacer un mundo mejor”.
Cien millones de muertos, y
contando. La coartada: un mundo mejor, una canción de John Lennon, una comuna
jipi. La excusa: Marx ha sido malinterpretado –como me dijo una vez una alumna
en clase, con tono inocente, como si estas ideas no llevasen única y exclusivamente
a hambrunas y fosas comunes–, como si fuese posible malinterpretar que el
pensador escribió que se debe llevar a cabo “una violación despótica del
derecho de propiedad”, que “el proletariado de cada país tiene que acabar en
primer lugar con su propia burguesía” y que los comunistas “proclaman
abiertamente que sus propósitos solo pueden ser alcanzados mediante el desplome
violento de todo el orden social tradicional” (en el Manifiesto Comunista, Nórdica, 2012). En sus mentes, son héroes; en
realidad, solo son ladrones y asesinos.
Sumario: A propósito del
centenario del nacimiento de Karl Marx, un comentario acerca de las películas Noticias de la antigüedad ideológica (Alexander
Kluge, 2008), basada en El Capital, y
El joven Karl Marx (Raoul Peck,
2017), sobre la amistad del pensador alemán con Friedrich Engels
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